(Nora
Soto)
Nació
en San Isidro Baja California Sur, el 20 de mayo 1971. Vivió en San Juanico
hasta los ocho años, después se trasladó a La Paz y luego a Mazatlán Sinaloa;
actualmente radica en la Paz.
Creció
alimentándose con langostas, abulones, vino tinto, música de violín y
guitarra. A los quince empezó a crear
historias y desde entonces sigue alimentando la magia y pasmándola en una
libreta.
Estudió
contabilidad por encargo pero prefiere las artes.
Ha
tomado cursos y talleres de puericultura, pedagogía, artes plásticas, poesía,
cuento, novela, lectura hospitalaria y lectura en voz alta.
Se
dedica a organizar eventos, es mediadora de lectura e instructora de artes y
manualidades.
Se
describe como una mujer polifacética.
ÁMBAR
Como
un viajero en el tiempo
que
atrapa las miradas,
tanta
historia colgada en mi cuello,
que
me convierte en su esclava.
sepultadas
por un viaje eterno
arrastrada
a los inmensos mares
llevando
encapsulado el tiempo.
Resina
fósil de pino
joya
maravillosa
fluyendo
sobre el espacio
llamada
piedra preciosa.
Nerón
se enamoró de ella
la
adquirió para decorar sus manos
ambiciosamente
la hizo suya
ante
la mirada de sus esclavos.
Ligera,
electrizante y dura
luz
de los eternos soles
gota
amarillenta
lágrima
petrificada de los dioses
Piedra
incrustada en un elemento químico
plata
envejecida, fundida en un accesorio bello
brillante
metal dúctil
extrañamente
ahora aparece en mi cuello.
CUANDO
LA TIERRA MUERA
Morirá
toda mi alegría
morirá
la luz,
el
beso que te di ayer
y
mis zapatillas.
Los
paisajes verdes
y
el amanecer,
tus
ojos azules
y
lo que me queda de placer.
Morirán
las nubes
el
atardecer y la noche,
tus
botas negras
y
tu coche.
Las
mañanas frescas
con
ellas el mar y los insectos,
la
tarde en que te dije adiós
la
cancha de tenis, los conciertos.
Morirán
las uñas postizas, las cirugías,
y
las marcas de moda,
la
tecnología, los correos electrónicos,
y
el intento de tener una hermosa boda.
La
luna y el sol
y
con ellos se irá nuestra favorita canción,
lo
malo, lo bueno y lo bello
nuestras
palabras y tu hermoso cabello.
Morirán
las tiendas y el sexo
todo
lo absurdo
también
nuestro amor
tú,
yo y todo el mundo.
El buque de la
muerte
¡Cómo reí cuando me dijiste que romperíamos el
silencio!. La comezón de ser se sentía
ya, el castillo era un buque olvidado en el tiempo; dueño de una cronología que
un poeta desechó. No pude ni siquiera
preparar mis miembros, todo
estaba allí. La hora había llegado, el túnel de la vida se apagaba y dos velas
se tragaban lo oscuro de mis cuencas
vacías; tus manos mortecinas rasgaban con prisa mi ropa; bebiste la
sangre que brotó de mi herida.
Todo era extraño, ese rayo de luz que emergió
de tu ombligo, el silencio ya roto por dos sonidos infrahumanos y las paredes
del buque teñidas con sangre. Tu corazón era un reloj y no lo dijiste, tu vida
una ilusión y no lo supe.
“El cadáver de una joven amaneció ultrajado en
el viejo buque y unos restos metálicos brillaban bajo el sol que inventó el
humano por miedo a la oscuridad” Decían los diarios.
Una noche más, nuevos gusanos y nuevas
situaciones; un cuadro antiguo colgado
en la pared de caoba quiere hablar y pedir
justicia cuando la noche empapada en mar llega y se aleja toda
posibilidad de salvación.
La saliva de una mujer brilla en cubierta, un
marinero la mira, el cuadro se mueve. La navaja imprescindible del tiempo devora los seres humanos.
Estatuas vivientes, muertos resucitados; la
niebla se asoma y oscurece de nuevo, con tantos gritos se lava la sangre y la
bodega se llena con fetos humanos. Nadie imagina que ahí conviven la vida y la
muerte cada noche.
La gente sólo mira un buque naufragando a la
deriva en un cuento de un poeta con las cuencas de los ojos vacías.
ODILE
Una
furia que brava se asoma: desesperada se acerca, con su cabellera blanca,
despeinada; tornándose poco a poco en un tono oscuro lejano. Viene pisando
fuerte, con sus piernas locas que bailan cruelmente y sin compasión, como
insultando una letra más del alfabeto.
Recorre por encima de esos mares que se juntan
enamorados entre sí, danzado frenético sobre ellos. Venenoso: agitando los vientos
en su soledad. Girando, seguro de sí mismo, como asechando lo que mira. Golpea
esa tierra que ni siquiera sabe qué hacer. La velocidad se marca y los
noticieros anuncian: “Odile toca tierra” La fuerza del vendaval alimenta sus ropajes de algodón.
Un
giro embravecido de un bailarín que impulsa y azota sobre esa tierra, inerte
península que lo ve llegar y se agacha, nadie sabe ni siquiera donde puede
esconderse. Niños, adultos, meseras, cocineros, taxistas y camareras.
Su
necedad no tiene piedad, golpea con la fuerza de sus brazos descontrolados en
el frenético baile, guardando el eco de la madrugada. Cristales, palmeras,
techos y postes de energía eléctrica se esfumaron. Quien lo recuerde lo hará
toda su vida.
Esa
pasión suya por destruir es como montar en el lomo de un tigre, dentro de su
oscuro ojo. Su cabellera con un color ya ajeno: falsa calma, pausa y de nuevo
gira; su descontrol sube de tono y su danza alucina, furia húmeda acercando el agua de sus
lágrimas ansiosas.
Cuánta
gente levantando sus cruces y se alejan entre el lodo cálido; nadie sabe, no lo
dicen, pero las casas están derribadas y la comida se ausenta, la precipitada
multitud entra en pánico cuando la luz del aferrado sol intenta asomarse y todo
ha pasado. Ya no hay cristales y los techos no resucitan. Algunos extranjeros
piden clemencia, mientras que los niños tienen hambre y sed.
No
hay refugio alguno donde no se sienta temor al nombre: Odile: el danzante
frenético que ha dejado huella en los puentes rurales, las carreteras, los
desiertos y montes que repiten su nombre sobre verdes hojas y cansados troncos.
La
multitud asustada, derrotada, sin fuerzas, baja la mirada; luego se levanta,
revive y valora su existencia.
LA
DESPEDIDA
La
tarde se sentía áspera y fría cuando me citó queriendo hablar. Me saludó como si saludara a cualquier persona,
como calculando el roce de su mano en la mía, un ligero beso en la mejilla me
sorprendió pero no me extrañó, no cruzamos palabras.
El
sol iluminaba la ventana de la fría habitación. Después, el silencio fue
interrumpido por los brazos de un ciprés que acariciaba el cristal.
En
mi cuerpo ya no habitaba otro presentimiento más que el final de nuestra
relación.
¾Te escucho ¾le
dije.
¾Seré directo y
franco ¾contestó
en voz baja como si las ideas en su cerebro se desacomodaran instantáneamente.
Quisiera que quedáramos como amigos, ¿por qué? no lo sé, creí que nada cambiaría cuando
comenzamos la relación; pero ahora todo ha cambiado y no quiero mantenerte
atada.
¾¿Qué fue lo que
cambió según tu criterio? ¾cuestioné.
¾No sé, todo ¾dijo,
Joaquín, como si no supiera sinceramente qué contestarme.
Después sentí un intenso escalofrío
en todo mi cuerpo. Comencé a recordar
aquella noche, esa noche cálida
en la que nos encontrábamos bajo la brillante luz de la luna, el sonido ligero
del insistente mar, él, yo y una rosa roja.
Caminamos por la orilla de la playa tomados
de la mano hasta llegar justo donde el viento del pacífico meneaba con una
ligera furia la casa de campamento; entramos en ella, nos miramos fijamente y
nos abrazamos fuerte.
¾Te quiero ¾susurró.
Me dio un beso tierno en la frente,
luego en la mejilla, llegó a mis labios y pasó junto a ellos muy lentamente sus
rosados los suyos, no resistí. Mi cara enrojecía, mi cerebro no pensaba y mi
corazón latía fuerte. Lo besé. Comenzamos tiernamente, sin prisas ni tiempos;
un reloj bloqueado y un segundero roto. Acercándose cada vez más, dos cuerpos
totalmente juntos uno del otro, sin espacio que dividiera.
Continuamos besándonos con pasión;
tomó mi mano y la apretó con fuerza. La intensidad subió; sus dedos recorrieron
todo mi frágil cuerpo, acariciando mi esbelta cintura, mis caderas y la
espalda.
Los atuendos cayeron, se deslizaron
uno a uno, hasta que la desnudez nos sorprendió. Dos cuerpos por primera vez,
conectados en mente y corazón; un capullo abriéndose a la vida. Las caricias se
tornaron en un verdadero sentimiento de placer y locura, unos corazones
agitados en un solo ritmo bailaban con frenesí.
Vagué por varios segundos en ese
episodio, sin darme cuenta de la realidad y regresé de mis pensamientos.
¾Te quiero mucho;
jamás lo olvides ¾apenas si pudo pronunciar.
¾Te amo tanto ¾le
dije.
Lo abracé fuertemente con lágrimas
en los ojos; esas lágrimas que me quemaban el rostro. No existieron palabras de
nuevo, y su mirada poco a poco se esfumó.
1 comentario:
Eres simplemente millonaria en tus valiosos pensamientos, que brotan directa y tiernamente de tu Alma... Eres así, sencilla, pura y eternamente bella, como ese dúctil collar de ámbar...
Te seguí leyendo, una e innumerables veces; línea por línea, palabra por palabra... hasta llegar a la emotiva e inolvidable Despedida. (Dicen que no son tristes, Cielito lindo, las despedidas; dile a quien te lo dijo -Cielito lindo- que se despida...)
Urieless
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