Juan Pablo Rochín Sánchez, 1977. La Paz, Baja California Sur.
Premio Regional de Poesía del Noroeste (FORCA) 2015; Premio Nacional de Poesía Juegos Florales del Carnaval La Paz 2015; Premio Nacional de Poesía Juegos Florales del Carnaval La Paz 2013; Premio Nacional de Poesía Mérida 2011; Premio Regional de Cuento del Noroeste (FORCA) 2007; Premio Estatal de Ensayo 2006; Premio Estatal de Cuento Todos Santos 2007, categoría libre; Premio Universitario de Cuento, 2003; Premio Universitario de Ensayo, 2003.
Es autor de los libros:
· El anarquista roto,
· Minificción es: el dedo en la llaga,
· La mosca que ronda el plato,
· El país de las espinas,
· El cuento brevísimo,
· El Quemadero,
· Carencia y búsqueda: cuentística latinoamericana,
· El hombre de las manos de nube,
· Cuentos vagamundos,
ediciones descargables desde la red.
Actualmente en edición: El perro es ahora el señor de la casa; y en ciernes: La tumba del poeta.
Desperté aterrorizado entre las sombras
con naufragios en los ojos
y en el rostro tempestades,
y fui a buscarte a la cuna, amor mío.
Ahí estabas, mi niño, apacible
bajo una luz tenue de hada silenciosa
como estrella cuidadora de tus sueños.
Y yo inútil, tembloroso y dolorido,
palpé el reposo suavemente de tu pecho
el tibio tacto de la piel adormecida
la carne palpitante, aletargada.
Con un beso en la frente luminosa
volví a la almohada pensamientos y temores
a usurpar victorioso mi lugar entre las fieras.
Una madrugada
cualquiera de pasión
yo
con el acoso de cumplirte y
la fiebre entreabriéndose en mi frente
del calor inhumano que nos hace cometer bajezas
del cariño ininterrumpido tantas veces y
que ahora tu familia me escupe
en la cara
por la muerte que vas a morir
cuando el amor enceguecido tiene hambre y
la poca hombría que me asiste
a pesar de todo
yo
serafín encanecido, prematuro
que nunca ha amado a nadie
ni a mí mismo
me declaro perdido
antes de que Dios me olvide de plano
antes de perder algo más que la calavera y
la cordura
sin un peso en nuestra cuenta de banco
declaro:
tengo miedo a estar de luto tuyo
túyyo que siempre convivimos
sobresaltos,
penas
dudas,
a los niños
ufandades
caminatas
a pesar de todo, me des
digo
Dios, arrepiénteme
como una datilera en llamas
nuestra casa
padece
estoy parado frente a tu muerte
con las entrañas vacías
haciéndole el amor a los escombros
a la mujer que fuiste
ayer domingo
Dios mío, asísteme
líbrenme del mal que seré
y de la policía
porque yo te amaba
y en cambio
te he escrito una tragedia.
Dios, sostenme.
Me urge pegarle al gordo
dejarlo sin aliento, que parezca asesinado,
necesito paralizarle de súbito las tripas
con mi gancho patentado
y profanar su aire frío
dejándolo abatido;
noquearlo estilo Márquez
de manera alucinante,
sentir la cólera en mi antorcha
de las tentaciones materiales y la fama de mi mote
para hacerme petulante de la noche a la mañana,
seguro de un resplandor que circunde
la sonrisa delatora
del amor a imagen mía,
que la queja se disperse,
la carencia y el desahucio.
Necesito, lo presiento, la llegada de un gozo
lo soñé esta mañana
que humillaba a un señor gordo.
Me va a estallar la cabeza
y entonces sí, salpicaré obras completas
revueltas con andares y los huesos de mis pienses
hacia todos los rincones de la casa.
La cabeza me palpita, abrasada
está a punto de escupir esquirlas
que hieran a cada uno de mis libros
por quienes trago cristales y discursos.
Es difícil pensar con las extremidades.
Es difícil trasplantar los nubarrones a otro trasto
donde no duela tanto acordarme
de la jaula en la que crío aves y poemas
que anhelan libertad,
voz,
eco,
trascendencias.
Mi rostro zozobra ante el espejo,
me saca a flote que sobrevivo empastillado
de leer a Chumacero, a Paz, a un tal Sabines
a quienes llevo, reservado, en los sentidos,
e improviso, con ellos, terapias y rutinas.
Había una vez un día,
una elegante mujer como azucena, que aprisionaba, en su figura, mariposas. Yo la miraba, común, y me acercaba, llevando, en mí, halagos y una rosa, porque presiento, en ella, una buena coexistencia. «Es hora, hijo mío, de permanecer, ligero, en la semilla», me dijo, mi madre, mirando, sobre un altar, la foto postrera de mi padre, con toda su ternura. Acaricié su mano y a mi niño, sonrojado.
Descubrí que nunca he odiado tanto
sabiendo de antemano
que los medios días es sufrir pinche calor
al salir de la oficina, sudoroso
pensando en que mi destino es el sur
pinche calor.
El sol me abraza
mi piel lo saborea con lujuria terminal
ando hediondo
y me arrastra sin piedad
pinche calor
por la avenida.
Lo odio, lo odio
nunca he odiado tanto, tierna, intensa
mente
pinche calor, te odio tanto.
Creo que el infierno no es para mí, definitivo
reconozco que la adivina que una vez leyó mi trusa
me dijo que mi amor estaría perdido en el celo de unos rayos imparables.
Ahora espero el camión, la vista lejos
como aguardar el fin del mundo;
volveré al petróleo
si otro día como estos
beso,
puta calor,
el pavimento.
Tengo hartas ganas de suicidar a los vecinos
de conjurar porque un rayo salido de la nada los calcine
de meterles todos sus ruidos de una patada
por el hueco de la cola
y decapitar siete locuras a las doce de la noche
traspasando sus paredes cual fantasma
y rascarles la columna
con la sierra circular, cinco minutos
tengo hartas ganas de hacerlos florecer
en un templo de lluvia y sangre
de tomar trozos de sus muecas aún tibias
y exprimirlas a martillo hasta el cansancio
e ignorar que se hayan ido de vacaciones para siempre
a través de la tubería del desagüe
cuando vengan las preguntas
quiero taladrarles con sus propios dientes
todo el asco que me causan,
el coraje
en el cráneo, las rodillas y en los codos
para ayudarlos a partir amablemente de este mundo
—plagado de tristezas—
y aniquilar de un fregadazo
la luz fúnebre de este poema desgraciado
que me persigue con su ojo de buitre en mis adentros
hartas, despreciables ganas tengo de perder sus cuerpos
de prenderles fuego y escaldar la dolencia ciudadana
que aguarda cual granada sin seguro en la puerta a mi familia
cuando tosen
carraspean
se sacuden
salpicando repugnancias
sino fuera porque soy pinche piadoso tocando a su puerta
llevándoles la Palabra.
Diurno de descreencia yquetimporta
i
Poeta que ladra no ruge,
se contradice en el instante de cerrar los ojos
ante el sexo a cielo abierto de su amada.
ii
La poesía necesita catecúmenos en bruto,
creyentes, escolapios, tabla rasa
no académicos todolosaben que se tomen la licencia
de hacernos el favor de antologar sus tortibonos
con desprecio a los que apilamos palabrejas
y hacemos combinaciones a lo bruto o más o menos
en busca de mecenas que encuadernen las patadas
que lanzamos cuando puristas mondadientes nos señalan
el punto exacto del enter o las comas
poniendo el dedo en la vulgar imagen.
iii
Háblese de zombis en busca de epígrafes triunfantes
que apaguen catedrales con caguamas bien heladas
mientras se quedan trabados risa y risa
a la distancia, bien ungidos.
iv
Nada menos que un hombre profanado
por un siglo mequetrefe sin memoria,
un ángel bueno que sobreviva a la Academia
a pesar de las pedradas del lenguaje,
que superviva a la basura de vender poesía redituable.
v
La musa es un espacio que te guiñe un ojo en internet,
es una palabra confundida cada en tiempo
por el autocorrector del celular,
es un beso entre dos almas inocentes que jamás se han dicho
«pío»,
una foto #EpicFail sin más mensaje que una errata
atascada en la «esperansa»
y sentada largamente en el retrete
con ganas de arponear a Willy
cuando salte acróbata con gordas regalías…
vi
La poesía es el agua endurecida en la garganta
que te expulsa el desenamoramiento del cuerpo
ruidosamente
en repetidas ocasiones
cuando nos ve encamados
hundiéndonos en la orilla de un poema,
en pleno alumbramiento todavía.
vii
Necesita, pues, la humildad que yo profano,[1]
si es que, acaso, este pecho de descreencia
resucita al poema interminable
del insomnio que me mira con su ojo huracanado.
[1] Fe de rata: «profeso».
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