Omar Murillo (La Paz, B.C.S., 1978)
Escritor y artista visual, ha expuesto en galerías de la ciudad de forma colectiva e individual, parte de su obra aparece en revistas de circulacion estatal como: cascabel, la palabra, radical inc., tiene un poemario publicado: La ciudad y otros gatos (Cuadernos de la serpiente), actualmente dirige la revista independiente Perros.
EL CICLÓN
NEGRO
Recuerdo
cuando esperábamos que bajaran del ring, todos los chamacos del pueblo
estábamos ahí, algunos descalzos, otros en huaraches y algunos, los mas pocos
con zapatos.
Bajaban los
luchadores y queríamos abrazarlos, que nos dieran un saludo, sus máscaras, lo
que sea, el caso era estar cerca de nuestros ídolos. Después el regreso a casa.
Nunca olvidaré
cuando al Arcángel de Oro, le destrozó la máscara el Ciclón Negro, lloré de
coraje; todavía el Ciclón lo faulea y pierde la lucha el Arcángel, todo el
público estaba furioso, lanzando cualquier objeto tratando de hacerle daño al
Ciclón. Cuando bajó del ring iba bañado de refresco, cerveza y otros líquidos
que no quiero recordar por el desagradable olor. La gente del pueblo no lo
dejaba ir, lo empujaban, insultaban, yo me hice paso entre la multitud y le
clavé un vidrio de una botella en el antebrazo derecho.
Esa noche mi
padre llegó con mucha comida, con un vestido para mi madre y otro para mi
hermanita que se encontraba dormida y unos zapatos para mí. Mi madre lloraba
conmovida. Esa noche conocí la abundancia.
Nunca había
visto tan grande a mi padre, lo abracé y no quise mirarle el antebrazo vendado.
Lloré y le pedí perdón, un perdón que nunca comprendió.
SANX
Eras real
de carne y convertible plateado
Tenías un Demonio externo
la de a caballo
mujeres vampiro
Pero, llegó el día
en que el cielo
derramó lágrimas de plata
sobre un pueblo
ya sin máscara.
GENIECILLO
AZUL
Desde
la quebrada
no
paró tu vuelo hasta llegar a Perú setenta y siete
Tu
clavado penetra el pecho
de
tu adversario
revolviendo
aguas
en
azul y plata
de
llaves y vuelos hondos desde la tercera
-aún
recuerdo cuando
a
punto estuve de perder
tu
máscara contra la almohada
a
la que vencí con la “de a caballo”-
Tu
nombre se grabó en mi infancia
para
encenderse en estas líneas
de
butacas repletas de recuerdos
que
lanzan monedas
al
centro del ring
llamado
memoria
EL HIJO DEL
CHARRO ENMASCARADO
Un recuerdo
inolvidable de mi niñez, fue cuando vi a mi padre quitarse la máscara, él no
era luchador, era zapatero pero, yo tenía cuatro años.
A mi padre los
buscaban boxeadores para que les remendará sus guantes o zapatillas y fue
gracias a ellos, que se acercaron los luchadores para que les confeccionará sus
máscaras. Era el único zapatero del pueblo y el único que fabricaba máscaras en
la región.
De todos los
luchadores que íbamos a ver en la Arena de los hermanos Huerta, el Charro
Enmascarado era mi favorito, por las llaves y sus topes suicidas. Era mi ídolo
y también el de mi padre, tal vez por eso, cuando terminó de hacerle su máscara
sintió el impulso de ponérsela y posar frente al espejo; yo tenía cuatro años y
vi al Charro quitarse la tapa y descubrir el rostro de mi padre que giró
suavemente para sonreír y lanzarme un guiño.
Por algún
tiempo pensé que mi padre era el Charro
Enmascarado aun cuando me tenía de la mano en la Arena y el Charro lanzándose
desde la tercera cuerda. Lo contemplaba y él me hacía seña que la acción estaba
en el cuadrilátero. Después su sonrisa acompañada de ese gesto que me llenaba
de alegría y seguridad.
Murió cuando
yo tenía nueve años, todos los luchadores y boxeadores, junto con sus clientes
habituales fueron a casa a ofrecerle el pésame a mi madre, que siguió con el
negocio aunque ya sin hacer máscaras ni remendar guanteletas.
Desde entonces
voy a la Arena, sólo para ver al Charro, porque me aferro a la idea de que es
mi papá tras la máscara, ya nadie se acuerda del zapatero, sólo yo que lo veo
cada jueves subir al ring.
Pero, hoy ha
perdido la lucha más importante y tendrá que despojarse de su máscara. Una
inmensa tristeza me lleva a un llanto profundo; el que más duele, por qué al
perder su máscara, también perderé a mi padre para siempre.
TERCERA CAÍDA
Samantha abría
una maleta. En la silla del comedor, Rodolfo se tocaba el hombro izquierdo con
la mano derecha, se miraba el codo haciendo círculos en el aire.
-esta vez no
voy a perder-.
Dijo a
Samantha que de espalda, al parecer asentía. Su mirada se clavaba en las
prendas que iba depositando en el interior de la maleta. Mientras él le decía
que también echara una capa.
Cuando eran
novios; Rodolfo era la joven promesa y retó al Perro Dorado en una lucha de
apuesta, perdió y ya no pudo levantar su corta carrera pues, Turano como se
hacía llamar, era un personaje que había nacido con máscara y tenía que morir
sin ella.
Se tomaba el
otro hombro con la otra mano y repetía el movimiento.
-Esta vez no
voy a perder-, reiteraba a Samantha que iba y venía de un cuarto a otro, sin
cruzar miradas, llenando la maleta.
Después de una
largo tiempo regresó con otro nombre y otra máscara, pero, también la perdió en
un cuadrangular y tuvieron que irse de la capital e iniciar otra vida y una
nueva carrera en provincia.
Ahora lo
habían retado a él y aceptó, ¡esta vez no voy a perder, te lo juro! ella sólo
agacho la cabeza y lo abrazaba sin fuerza.
Rodolfo se
golpeaba la palma con el puño alternadamente, aunque cada vez con menos
determinación.
-voy a perder,
¿verdad?-, inconcientemente lo confesó, esperando que se sentará junto a él y
le acariciara el pelo pero, Samantha cruzaba la sala con la maleta en la mano y
sin reparar en las palabras, giro el picaporte.
Y dos sollozos
quedaron separados por una puerta que se cerraba.
¿QIUÉN GANÓ?
Después de una
lucha bastante reñida, Aníbal vence al Cobarde en una combate por el campeonato mundial medio, el público
extasiado por el derroche de ténica, habilidad y coraje mostrado a lo largo de
la pelea, sube al ring para abrazar a los dos gladiadores que alzan sus palmas
en señal de agradecimiento, los encumbran en sus hombros, cada uno con sus
respectivos seguidores que los ovacionan y los bajan del ring; dando la vuelta
olímpica al cuadrilátero son llevados hasta sus vestidores, los aficionados que
siguen en sus butacas, aplauden y
aclaman a los dos ídolos. Un niño perplejo por el espectáculo, le pregunta a su
padre, quién había ganado, él, brotándole las lágrimas contesta; nosotros hijo,
nosotros y lo sube a sus hombros, tomándole las manos en actitud de triunfo.
Sigue la ovación y el niño se confunde más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario