sábado, 11 de junio de 2016

Hacia la tumba del poeta. Poemas de Juan Pablo Rochín Sanchez





Juan Pablo Rochín Sánchez, 1977. La Paz, Baja California Sur.

Premio Regional de Poesía del Noroeste (FORCA) 2015; Premio Nacional de Poesía Juegos Florales del Carnaval La Paz 2015; Premio Nacional de Poesía Juegos Florales del Carnaval La Paz 2013; Premio Nacional de Poesía Mérida 2011; Premio Regional de Cuento del Noroeste (FORCA) 2007; Premio Estatal de Ensayo 2006; Premio Estatal de Cuento Todos Santos 2007, categoría libre; Premio Universitario de Cuento, 2003; Premio Universitario de Ensayo, 2003.



Es autor de los libros:

· El anarquista roto,

· Minificción es: el dedo en la llaga,

· La mosca que ronda el plato,

· El país de las espinas,

· El cuento brevísimo,

· El Quemadero,

· Carencia y búsqueda: cuentística latinoamericana,

· El hombre de las manos de nube,

· Cuentos vagamundos,

ediciones descargables desde la red.



Actualmente en edición: El perro es ahora el señor de la casa; y en ciernes: La tumba del poeta.











Desperté aterrorizado entre las sombras

con naufragios en los ojos

y en el rostro tempestades,

y fui a buscarte a la cuna, amor mío.



Ahí estabas, mi niño, apacible

bajo una luz tenue de hada silenciosa

como estrella cuidadora de tus sueños.



Y yo inútil, tembloroso y dolorido,

palpé el reposo suavemente de tu pecho

el tibio tacto de la piel adormecida

la carne palpitante, aletargada.



Con un beso en la frente luminosa

volví a la almohada pensamientos y temores

a usurpar victorioso mi lugar entre las fieras.






Una madrugada

cualquiera de pasión
yo
con el acoso de cumplirte y
la fiebre entreabriéndose en mi frente
del calor inhumano que nos hace cometer bajezas
del cariño ininterrumpido tantas veces y
que ahora tu familia me escupe
en la cara

por la muerte que vas a morir



cuando el amor enceguecido tiene hambre y

la poca hombría que me asiste

a pesar de todo

yo

serafín encanecido, prematuro

que nunca ha amado a nadie

ni a mí mismo

me declaro perdido



antes de que Dios me olvide de plano

antes de perder algo más que la calavera y

la cordura

sin un peso en nuestra cuenta de banco

declaro:

tengo miedo a estar de luto tuyo



túyyo que siempre convivimos

sobresaltos,

penas

dudas,

a los niños

ufandades

caminatas

a pesar de todo, me des

digo



Dios, arrepiénteme



como una datilera en llamas

nuestra casa

padece



estoy parado frente a tu muerte

con las entrañas vacías

haciéndole el amor a los escombros

a la mujer que fuiste

ayer domingo



Dios mío, asísteme



líbrenme del mal que seré

y de la policía

porque yo te amaba

y en cambio

te he escrito una tragedia.



Dios, sostenme.







Me urge pegarle al gordo

dejarlo sin aliento, que parezca asesinado,

necesito paralizarle de súbito las tripas

con mi gancho patentado

y profanar su aire frío

dejándolo abatido;

noquearlo estilo Márquez

de manera alucinante,

sentir la cólera en mi antorcha

de las tentaciones materiales y la fama de mi mote

para hacerme petulante de la noche a la mañana,

seguro de un resplandor que circunde

la sonrisa delatora

del amor a imagen mía,

que la queja se disperse,

la carencia y el desahucio.



Necesito, lo presiento, la llegada de un gozo

lo soñé esta mañana

que humillaba a un señor gordo.







Me va a estallar la cabeza

y entonces sí, salpicaré obras completas

revueltas con andares y los huesos de mis pienses

hacia todos los rincones de la casa.



La cabeza me palpita, abrasada

está a punto de escupir esquirlas

que hieran a cada uno de mis libros

por quienes trago cristales y discursos.



Es difícil pensar con las extremidades.

Es difícil trasplantar los nubarrones a otro trasto

donde no duela tanto acordarme

de la jaula en la que crío aves y poemas

que anhelan libertad,

voz,

eco,

trascendencias.



Mi rostro zozobra ante el espejo,

me saca a flote que sobrevivo empastillado

de leer a Chumacero, a Paz, a un tal Sabines

a quienes llevo, reservado, en los sentidos,

e improviso, con ellos, terapias y rutinas.






Había una vez un día,

una elegante mujer como azucena, que aprisionaba, en su figura, mariposas. Yo la miraba, común, y me acercaba, llevando, en mí, halagos y una rosa, porque presiento, en ella, una buena coexistencia. «Es hora, hijo mío, de permanecer, ligero, en la semilla», me dijo, mi madre, mirando, sobre un altar, la foto postrera de mi padre, con toda su ternura. Acaricié su mano y a mi niño, sonrojado.











Descubrí que nunca he odiado tanto

sabiendo de antemano

que los medios días es sufrir pinche calor

al salir de la oficina, sudoroso

pensando en que mi destino es el sur

pinche calor.



El sol me abraza

mi piel lo saborea con lujuria terminal

ando hediondo

y me arrastra sin piedad

pinche calor

por la avenida.



Lo odio, lo odio

nunca he odiado tanto, tierna, intensa

mente

pinche calor, te odio tanto.



Creo que el infierno no es para mí, definitivo

reconozco que la adivina que una vez leyó mi trusa

me dijo que mi amor estaría perdido en el celo de unos rayos imparables.



Ahora espero el camión, la vista lejos

como aguardar el fin del mundo;

volveré al petróleo

si otro día como estos

beso,

puta calor,

el pavimento.







Tengo hartas ganas de suicidar a los vecinos

de conjurar porque un rayo salido de la nada los calcine

de meterles todos sus ruidos de una patada

por el hueco de la cola

y decapitar siete locuras a las doce de la noche

traspasando sus paredes cual fantasma

y rascarles la columna

con la sierra circular, cinco minutos



tengo hartas ganas de hacerlos florecer

en un templo de lluvia y sangre

de tomar trozos de sus muecas aún tibias

y exprimirlas a martillo hasta el cansancio

e ignorar que se hayan ido de vacaciones para siempre

a través de la tubería del desagüe

cuando vengan las preguntas



quiero taladrarles con sus propios dientes

todo el asco que me causan,

el coraje

en el cráneo, las rodillas y en los codos

para ayudarlos a partir amablemente de este mundo

—plagado de tristezas—

y aniquilar de un fregadazo

la luz fúnebre de este poema desgraciado

que me persigue con su ojo de buitre en mis adentros



hartas, despreciables ganas tengo de perder sus cuerpos

de prenderles fuego y escaldar la dolencia ciudadana

que aguarda cual granada sin seguro en la puerta a mi familia

cuando tosen

carraspean

se sacuden

salpicando repugnancias

sino fuera porque soy pinche piadoso tocando a su puerta

llevándoles la Palabra.







Diurno de descreencia yquetimporta

i

Poeta que ladra no ruge,

se contradice en el instante de cerrar los ojos

ante el sexo a cielo abierto de su amada.



ii

La poesía necesita catecúmenos en bruto,

creyentes, escolapios, tabla rasa

no académicos todolosaben que se tomen la licencia

de hacernos el favor de antologar sus tortibonos

con desprecio a los que apilamos palabrejas

y hacemos combinaciones a lo bruto o más o menos

en busca de mecenas que encuadernen las patadas

que lanzamos cuando puristas mondadientes nos señalan

el punto exacto del enter o las comas

poniendo el dedo en la vulgar imagen.



iii

Háblese de zombis en busca de epígrafes triunfantes

que apaguen catedrales con caguamas bien heladas

mientras se quedan trabados risa y risa

a la distancia, bien ungidos.



iv

Nada menos que un hombre profanado

por un siglo mequetrefe sin memoria,

un ángel bueno que sobreviva a la Academia

a pesar de las pedradas del lenguaje,

que superviva a la basura de vender poesía redituable.



v

La musa es un espacio que te guiñe un ojo en internet,

es una palabra confundida cada en tiempo

por el autocorrector del celular,

es un beso entre dos almas inocentes que jamás se han dicho

«pío»,

una foto #EpicFail sin más mensaje que una errata

atascada en la «esperansa»

y sentada largamente en el retrete

con ganas de arponear a Willy

cuando salte acróbata con gordas regalías…



vi

La poesía es el agua endurecida en la garganta

que te expulsa el desenamoramiento del cuerpo

ruidosamente

en repetidas ocasiones

cuando nos ve encamados

hundiéndonos en la orilla de un poema,

en pleno alumbramiento todavía.



vii

Necesita, pues, la humildad que yo profano,[1]

si es que, acaso, este pecho de descreencia

resucita al poema interminable

del insomnio que me mira con su ojo huracanado.







[1] Fe de rata: «profeso».

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"CIUDADES IMPOSIBLES" obra grafica de Omar Murillo

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