viernes, 8 de julio de 2016

SOMBRAS Y SILENCIO. Muestra narrativa de José Luis Gómez T.


José Luis Gómez Torres nació en Ciudad Constitución, el 18 de junio de 1988, el año del dragón. Desde pequeño encontró en la Literatura una vía  expresión poderosísima y a menudo más versátil que la expresión oral en la que se considera más bien, torpe. No fue hasta la preparatoria que empezó a considerar la Literatura con más seriedad y en el nivel superior incluso compró un cuaderno, en el que empezó a escribir: Introspecciones, un libro ficticio y al que acaba de bautizar para poder escribir su semblanza y en el que incluye pequeñas reflexiones acerca de la sociedad, de las personas en su entorno y de él mismo, y que le ayudó a sobrevivir la adolescencia sin demasiadas secuelas.
            Cuando terminó de estudiar la Maestría en Sistemas Computacionales en el Instituto Tecnológico de La Paz, tuvo la motivación y el tiempo para dar lo que él mismo denomina: El paso; esto es, dedicarse a una de sus pasiones, la literatura, sin atender a la inercia del entorno. Conoció a Raul Cota, que en una demostración inmediata de confianza, por la que José Luis siempre estará agradecido, lo invitó al Taller de la Serpiente. Cuando al llegar vio una mesa llena de libros, bebidas espiritosas y personas que se hablaban sin atisbo de jerarquías, supo que había llegado al lugar indicado: sería escritor. Desde entonces participa activamente y se divierte la mar, excepto cuando la tarea es poesía, entonces sufre, aunque termina por disfrutarlo.
            En su faceta ingenieril José Luis trabaja en desarrollo de dispositivos robóticos para personas con discapacidad y Visión por computadora. Cree firmemente que la cultura, el desarrollo tecnológico y la libertad son los pilares para sacar a una sociedad de jodida. Desconfía de los políticos y en general de todas las personas que hablan más de lo que hacen.
            Actualmente es docente, en el Tecnológico de La Paz, de materias de Electrónica y Taller de Investigación. En sus ratos libres, pocos pero honrados, escribe y trabaja en los proyectos antes mencionados; su sueño es eventualmente invertir esa situación.





Sombras y silencio

Nacieron con dos meses de diferencia; en los números 315 y 316 de la Avenida San Martín. Ninguno de los dos era especialmente sociable así que no supieron del otro hasta que tuvieron alrededor de seis años.
            Desde el momento en que lo vio sintió un profundo e inexplicable desprecio por el niño sentado en el patio de la casa de enfrente; siempre alardeando con su estúpida guitarra, con su estúpida armónica, con su estúpida voz. Siempre causando lástima, siempre aprovechándose de que no podía ver y por lo tanto no sabía todo lo que podía envidiar... pero podía, ¡tenía que poder!
            La tarde era calurosa, se estaba especialmente bien afuera. Había alguien detrás del arbusto ¿Hay alguien ahí? Nadie contestó, pero había alguien detrás del arbusto, alguien que olía a talco. Sé que hay alguien ahí, puedo escucharte.
            Ahora alardeaba de tener superpoderes. Vamos a ver si es cierto. "Alguien" tomó una piedra del jardín y la lanzó con todas sus fuerzas. No había escuchado venir la piedra que le dio en la ceja: además era mentiroso. Cuando terminaba los deberes encendía el aparato de sonido junto a la ventana hasta que conseguía que el ciego moviera un pie con el ritmo de la música; entonces lo apagaba. Pero el ciego seguía moviéndolo, sonriendo. ¡Pinche ciego de mierda! Debía haber algo que el ciego no pudiera hacer, algo que tendría que envidiar. Entonces supo lo que quería para navidad aquel año: Específicamente la que tenía campanilla en el manubrio, era hermosa. Desafortunadamente solo podía pasear en la cuadra de su casa; había calculado que más allá el ciego no podría escuchar, así que daba lentas rondas de una esquina a la otra, tocando la campanilla, pasando sobre latas, colocando una botella de plástico doblada en la rueda trasera, como había visto que hacían otros niños.
            Podía ubicarlo de forma tan precisa que sabía exactamente cuándo desear que aquel pájaro cagara para que le cayera justo en la cabeza al presumido de la bicicleta. Debía reconocer que el ruido de las llantas sobre el pavimento era delicioso y aquel debía saberlo porque derrapaba deliberadamente justo cuando pasaba frente a su casa. Había elegido precisamente el juguete que estaba prohibido para él, su madre había dicho que era demasiado peligroso. Pero dado que se empeñaba en pasear tan cerca de su casa no podría evitar escuchar, por accidente, las canciones que cantaba; la canción de "La bicicletita de nena", la del "Niñito mimado", la del "Niñito que huele a bebé"... Cuando la canción del "Presumido mariquita" no dio resultado, entendió que había aprendido a jugar su juego. Vamos a ver si yo aprendí a jugar el tuyo (vamos a escuchar, se corrigió enseguida). ¿Crees que sólo tú sabes lanzar piedras?
            Las siguientes dos semanas se dedicó por completo a desarrollar su puntería. Colocó un viejo plato de peltre en el árbol del patio trasero y empezó a practicar con canicas. Era mejor de lo que creía y desde luego mejor de lo que los demás pudieran esperar. Cuando logró acertarle cinco veces seguidas empezó a dar una vuelta antes de arrojarla, después dos... no podía hacer que el plato se moviera así que practicó lanzar mientras corría. Nunca consiguió acertar más de un cuarto de las veces de esa forma, pero no podía esperar más, el ruido agudo de la campanilla resonando toda la tarde, todas las tardes, no le permitía pensar en otra cosa que en hacerla callar.
            Tenía una oportunidad entre cuatro, así que tomó la piedra más grande que pudiera lanzar, por aquello de aumentar las probabilidades. Terminó de comer y fue a sentarse en el banquillo, a un lado de las macetas. Esta vez no llevaba la guitarra ni la armónica. Mantuvo las manos en los bolsillos, acariciando la piedra, hasta que escuchó el primer tintineo y empezó a sonreír discretamente.
            Por el tiempo que había tardado entre pasar frente al auto de don Roque y el de don Cacho calculó que tendría que lanzar la piedra al segundo árbol de la casa de enfrente; si se equivocaba casi seguro rompería un vidrio, pero aquel veinticinco por ciento de probabilidades de hacerlo caer, bien valía el riesgo. Entonces ocurrió, escuchó el golpe seco y después la bicicleta y el tintineo entrecortado de la campanilla al golpear el pavimento. ¡Cómo lo llenó de satisfacción! Sin embargo algo arruinó la victoria de golpe. Aquel gemido no era normal. Repentinamente comprendió. Cuando escuchó el alarido de la madre sintió tanto pánico que solo acertó a decirse, como para disminuir la culpa: Pinche mudo de mierda.
            Después de aquello el silencio se apoderó de la calle. Un coágulo, habían dicho. "Si lo hubieran traído unas horas antes..." El único que estaba en la calle cuando ocurrió era el niño del 316 pero, obviamente, no había visto nada... Al tercer día tuvo que aceptar que extrañaba el ruido de la campanilla dando rondas interminables...


El Nopal

            Atado a la tierra, observaba a la colibrí revoloteando. En algún momento se acercó a él y, tímido, le acarició las alas. Se llevó la sorpresa de su vida: a pesar de las espinas ella siguió revoloteando distraída. Eso redefine a los cactáceos, les cambia el humor, les quita productividad, los pone ansiosos, insoportablemente felices, les da un motivo; el sol cambia, quema deliciosamente; la luna cambia, canta canciones de cuna. Entonces la vio espinada, eso también redefine a los cactáceos, los hace maldecir, maldecirse. Se arrancó las espinas para no volver a verla de aquella manera. Qué felicidad saber que no podía espinarla más. Entonces la volvió a ver espinada y entendió que las colibríes son colibríes y que no tienen dueño. Saberlo era una cosa, pero verlo... verlo es otro asunto. Después de varias veces de verla espinada y habiendo estado platicando con el Maguey toda la noche, buscó al Cardón y cuchillo en mano lo retaba con la sonrisa desquiciada de los que han visto más realidad de la que podían soportar. «Vamos, atrévete a espinarla, una vez más y tú y yo nos vamos de este paraje pinche». El Cardón se alejó, burlándose del loco, muy prudente. Me voy a tener que ir, Huitsitsili, -le dijo finalmente el Nopal- tú vas a terminar dándole alas a otro cactáceo y yo solo puedo desenterrarme con uno. Empezó a escarbar despacio y después de asombrarse ante su tolerancia a la falta de tierra, tomó hacia el norte, donde cobró algo de fama, no era habitual ver a un nopal andante, y hasta llegó a aparecer en la bandera de un país. «Sin espinas», había exigido explícitamente el águila modelo. Pero nunca volvió a ser tan feliz como la tarde que descubrió que podía acariciarle las alas mientras ella seguía revoloteando distraída.
El proyecto antipaloma
Todo el fanatismo, el consumismo de fin de año, la segregación por definir cuál de todos seguía más fielmente su doctrina, las guerras santas, la inquisición... tantos problemas que podrían resolverse con una medida que ahora estaba en sus manos: Debían matarlo. La empresa era complicada, los viajes en el tiempo tenían apenas dos décadas y la aprobación debía pasar por mayoría, pero ya un 64% había decidido que los beneficios bien valían el riesgo y el costo energético implicado. Siglos y siglos de lucha y segregación de los homo sapiens podrían eliminarse con la medida. ¿Quién sabe? Tal vez si los ancestros no hubieran estado tan ocupados dividiéndose en el siglo XXI podrían haber evitado la crisis económica, la energética, la alimenticia, la del agua y finalmente la gestativa que los tenía ahora tan privados y en aquel régimen autoimpuesto en pro de la supervivencia. Había muchos detalles por definir, la fecha y el lugar indicados. Definitivamente debería ser antes de sus veintes; ya a los trece el muchacho tuvo eventos de notoriedad pero no estaban dispuestos a matar a un niño, aún para estas cuestiones hay límites, pensó uno de ellos, y todos asintieron (mentalmente); los veinticinco, la mayoría de edad en el presente, podía resultar demasiado tarde, aunque no tenían certeza, dado que los escritos religiosos no fueron considerados como prioritarios durante la Gran evacuación, y la mayor parte de la información se había estado recabando los últimos tres meses en forma directa de los distritos humanos.
            Murió crucificado a los treinta ¿o fue a los treinta y tres? Como fuera, cerca de sus treintas sería demasiado tarde, tal vez no sería tan emblemático como la crucifixión pero igual podría permanecer como un símbolo, como un mártir: ya para entonces su persona estaba bien reconocida. Se decidió que fuera a los dieciséis. Habría que viajar tres mil veintisiete años al pasado.
            Encontrarlo a sus dieciséis años fue más difícil de lo que esperaban. No tenían el factor estrella de Belén que podrían haber aprovechado en su nacimiento, además su aspecto estaba muy lejos del europeo que esperaban, y fue harto desconcertante que no tuviera el acento español que se le atribuía en los registros recabados.
            Hubo un último punto que por lo sensible, no fue resuelto hasta último momento ¿Quién lo asesinaría? Después de definirlo al azar, la única forma válida, el responsable entró al cuarto donde lo tenían recluido (permítase omitir toda la logística del secuestro, baste saber que no cooperó tanto como ellos esperaban de acuerdo a lo que los humanos recordaban de las escrituras) y le explicó la razón de la operación, cómo su muerte (aunque no fuera poco, toda vida es importante, le aclaró) podría evitar tantas guerras y separaciones, cómo las religiones separarían a la humanidad en su nombre, cómo la religión dominante eliminaría activamente a los que no adoptaran su doctrina, cómo en su nombre se lucraría, cómo...
            Antes de que siguiera aquel lo detuvo con un gesto de su mano.
– No será necesario que cometas homicidio, si todo eso se resuelve con mi muerte... puedo hacerlo yo mismo.
– Pero tu padre no te aceptaría en su reino (habían estudiado los registros a conciencia)...
– Mi padre murió de tétanos hace dos años...
            De vuelta al presente encontraron que, milagrosamente... todo estaba igual. Había algo, un miedo, tan profundamente arraigado en los homo sapiens, una inseguridad tan profunda, una predisposición tan fuerte a la destrucción que de alguna manera lograron destruir el mundo sin necesidad de Jesús.





Los países

– ¿Qué es un país? – le preguntó después de escuharlo deletrear con dificultad en el periódico.
– Es una bandera y una raya en un papel, que se besa la cola.
– ¡Qué cochina! – dijo divertida la alumna, dos años menor.
– Sí.
– ¿Y cuántos hay?
– Hay tantos que les tuvieron que empezar a inventar colores.
– Pero ¿Cuántos?
– Muchísimos, como diez o quince.
– Y ¿Cuáles son?
Adoptó la postura reservada para los momentos de especial erudición, cruzando las piernas, con sus manos detrás de la cabeza y la mirada en el horizonte y comenzó a enumerar.
– Santa Rosalía, uno, Mulegé, dos, La Paz, tres, Guerrero Negro, cuatro, Los Cabos, Cinco, Chivas, seis, El palomito, siete, San Lucas, ocho... –después del octavo hacía pausas largas, porque tampoco está uno para andar memorizando países– Constitución, nueve, Sur América, diez... diez países.
– ¿Y Arcoiris?
– Todavía no acababa. Arcoiris, once. Puerto Chale, doce; ¿Los Cabos ya lo dije? Sí... Puerto Chale, doce... Loreto, catorce, Nayarit, quince, México, dieciseis, Insurgentes, dieciocho, Sinaloa, diecinueve... –Se detuvo un momento largo para asegurarse que no olvidaba ninguno y al final sentenció– Sí, diecinueve países... te dije que eran un montón.
– ¿Y en cuál vivimos nosotros?
– En el país de los abuelos, Villa Encanto. –Y de inmediato, para cubrir el hecho de que ese no lo había contabilizado, agregó– Excepto cuando hay balazos, entonces vivimos debajo de la cama.


Tenis de mesa

Esperando un pianista de clase mundial, su padre le compró el Steinway que no le habían pedido y se lo echaba en cara cada que lo veía leer «esos libritos» o que pedía permiso para salir con sus amigos, acompañado de: Ser el mejor implica disciplina. Cuando su instructor le dijo que el único deporte prohibido era el tenis, pues pone rígido el brazo, y un pianista debe ante todo tener brazos flexibles, supo cuál era su nueva pasión. Desde entonces se escapaba cada viernes a jugar con la raqueta que Antonio le cuidaba; él no podía llevar a casa nada que no estuviera relacionado con el piano. Si practicaras diario podrías llegar a las nacionales, tal vez incluso calificar para los Olímpicos, le había dicho Antonio cuando se hizo patente que era bueno en aquello. Eso implicaría prácticamente dejar la escuela; no podía practicar en las tardes pues tenía que ir a las clases de piano. Eso implicaría salir todas las mañanas uniformado, con el short blanco debajo. Eso implicaría maquillar las facturas de libros y materiales…
            Dos semanas antes del “viaje de prácticas” también conocido como Juegos Olímpicos de Pekín 2008, su padre lo esperaba con la mirada estremecedoramente calma que ya había visto dos veces antes: Cuando lo descubrió robando golosinas y cuando lo encontró tocando a su hermana. «Algún día me vas a agradecer esto» Le dijo sin darle tiempo a reaccionar al hecho de que su padre tenía un marro en la mano y que estaba a punto de descargarlo en la rodilla de su hijo. Después de unos segundos-horas en el piso, el dolor disminuyó los suficiente para permitirle gritar con veinte años de rabia acumulada: «¡¡Chiii-ngaa a tu maaaaadreeeee!!», mientras el padre, con toda tranquilidad, volvía a levantar el marro.
            Ahora practica tenis de mesa todos los días; lleva ocho años imbatible. Los rebeldes siguen rebeldes hasta el final... hasta el manicomio.

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CASCABEL # 14

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NUEVA EPOCA, MUESTRA DE LA LITERATURA QUE SE ESTA ARMANDO EN HERMOSILLO, TORREON, TIJUANA Y EN LA BAJA SUR.

POETICARTEL #4

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ILUSTRACION DE JULIETA SANCHEZ HIDALGO, TEXTO DE FEDRA RODARTE HIRALES ---PROYECTO URBANO DE DIFUSION DE LAS LETRAS Y LA GRAFICA SUDCALIFORNIANNAS, EN COORDINACION CON EL ISC Y LA DIRECCION DE CULTURA MUNICPAL

"CIUDADES IMPOSIBLES" obra grafica de Omar Murillo

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--de la serie "ciudades imposibles"

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